Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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100251
Legislatura: 1889-1890
Sesión: 22 de enero de 1890
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Discurso.
Número y páginas del Diario de Sesiones: 76, 1273-1275.
Tema: Presentación del nuevo Gabinete (Ministros).

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros (Sagasta): Señores Senadores, tengo la honra de presentar al Senado el Ministerio que, según las comunicaciones de que se acaba de dar lectura, se ha dignado nombrar S. M. la Reina Regente.

Es costumbre en semejantes casos hacer una historia de la crisis ministerial que da lugar a estos cambios de Gobierno; pero verdaderamente me encuentro perplejo para decir al Senado lo que todo el mundo sabe, porque la crisis última ha sido larga por muchos motivos, por alguno en realidad triste; pero ha sido más transparente que ninguna, hasta el punto de que lo que yo pudiera manifestaros lo sabéis tan bien como yo.

El Ministerio anterior no perdió nunca la confianza de las Cortes, ni dejó de merecer la confianza de la Corona. En este concepto no había motivo ninguno de gobierno para que aquél dejara su puesto; pero tres de sus individuos, por razones de todos conocidas, presentaron sus dimisiones, y los demás compañeros creyeron que había llegado el caso de procurar la conciliación, que muchos de nuestro amigos deseaban como medio de ensanchar los horizontes del partido liberal, de unificar su acción, de abreviar las tareas parlamentarias, y sobre todo, de facilitar la marcha regular de los Poderes públicos, ofreciendo también sus dimisiones que, juntamente con la mía, tuve la honra de poner en manos de S. M., permitiéndome advertirle que el Ministerio no presentaba la dimisión porque tuviera dificultades para gobernar, sino con el noble propósito de procurar, con una nueva combinación ministerial, la conciliación de los elementos liberales, a fin de evitar que éstos se combatan entre sí, en vez de vivir, en cuanto sea posible, en paz y armonía, como conviene a la pacificación de los espíritus, a las instituciones y al país.

Su Majestad entonces se dignó encargarme, en tal concepto, la formación de un nuevo Ministerio. Yo [1273] acepté el encargo con la ilusión (¡ya se ve, persuade tanto el deseo!) de que no solo iba a reconstituir el partido liberal tal y como se encontraba a su advenimiento al poder cuando ocurrió la muerte infausta de Don Alfonso XII, sino que todavía podría reforzarlo quizá con otros elementos que, procediendo de otros campos, quisieran venir a apoyarlo de buena fe en tan valiosa labor e importante tarea.

Mi ilusión, sin embargo, se desvaneció, y a pesar de mis esfuerzos, no se realizaron mis propósitos. Claro está que, al decir esto, no culpo a nadie. Los ideales que había que concertar son múltiples y variados; los intereses que había que satisfacer muchos y contrapuestos; las parcialidades, cuyas aspiraciones había que armonizar, celosas y suspicaces. No era, pues, fácil tarea la que me surgió más el patriotismo de indicarla que la gloria de conseguirla. De cualquier modo, yo no pude ofrecer a S. M. el Ministerio en las condiciones que me había propuesto, y me creí en el deber de aconsejarle que consultara a aquellas autoridades políticas a que en semejantes casos pueden acudir los Monarcas, para ver si habría alguna persona que tuviera la fortuna de obtener lo que a mí no me había sido dado alcanzar.

Su Majestad la Reina se dignó aceptar mi consejo, y después de oír a aquellas autoridades que se sirvió consultar, y después de un segundo intento de conciliación tan estéril como el primero, me llamó de nuevo para encargarme de la formación de un Ministerio dentro de la mayoría parlamentaria, una vez que al dignísimo Sr. Presidente del Congreso (de cuya lealtad, buena fe y patrióticos esfuerzos no se puede dudar sin ofensa notoria a la justicia) y a mí nos había sido imposible formar un Gabinete con la extensión que, al principio, con el mejor deseo, intentamos.

El segundo encargo que S. M. tuvo la bondad de conferirme, ha sido cumplido por mí, sometiendo a su Real aprobación el Ministerio que, como he dicho antes, me cabe la honra de presentar a este alto Cuerpo Colegislador.

Pues bien, Sres. Senadores; la crisis ministerial que ha dado vida a este Gobierno, interrumpida en su marcha por un triste acontecimiento que llenó de espanto por unos días el corazón de todos los españoles, y que, gracias al cielo, y para dicha de la Reina Regente y en bien de la Nación, ha tenido término feliz, no es en realidad una crisis parlamentaria, porque el Ministerio anterior disfrutó siempre de la confianza de los Cuerpos Colegisladores; no ha sido tampoco verdaderamente una crisis constitucional, puesto que no hubo disentimiento alguno entre la Corona y sus Ministros responsables, ni entre los individuos del Gobierno. Ha sido realmente una crisis política, por lo menos bajo el punto de vista del objeto que con ella se ha perseguido, y que consistía principalmente en el noble propósito, en el patriótico deseo de conciliar las dispersas fuerzas del partido liberal con las de la mayoría. Pero no era sólo este propósito, sino también el de tratar de conseguir que, al mismo tiempo que se robustecía la rota cordialidad de relaciones entre todos los liberales, se establecieran bases de buena inteligencia con los demás partidos, como conviene, señores Senadores, a la facilidad de las tareas parlamentarias, a la pacificación de los espíritus y a la misión del Poder moderador.

En esta tarea, verdaderamente patriótica, me secundaron noblemente todos mis compañeros del anterior Gabinete, y yo tengo mucho gusto en darles aquí público testimonio de mi gratitud, lo mismo a los que han quedado en el nuevo Ministerio que a lo que no han entrado a formar parte de él (más por su voluntad que por la mía), por la amistad y el desinterés de que me han dado pruebas inequívocas, por la lealtad con que han coadyuvado a mis esfuerzos, y por el patriotismo con que han querido secundarme también en mis nobles, aunque estériles, propósitos de conciliación.

De los Ministros que constituyen el nuevo Gabinete nada debo deciros. Sus merecimientos, sus grandes servicios, cada cual en la esfera de acción en que con sus talentos, su inteligencia o su valor han contribuido al servicio de la Patria, son circunstancias demasiado conocidas por vosotros para que yo tenga necesidad de hacer su apología, toda vez que sus actos hacen de todo punto inútiles mis palabras para justificar su advenimiento al poder.

Claro está, que ya que en mi primer intento no pude realizar, cual era mi deseo, la conciliación de todos los elementos liberales, en el segundo hube de procurar, por lo menos, extinguir aquellas pequeñas diferencias que separaban unos de otros a los elementos de la mayoría. Pero las razones de delicadeza y de patriotismo de ciertos amigos que se encuentran en determinada tendencia económica, aunque me obligaron a prescindir de su concurso personal en el Ministerio, me infundieron en cambio la halagüeña esperanza de una patriótica inteligencia respecto a la mayor parte de aquellas cuestiones por las cuales estaban de nosotros separados.

En este concepto, y dada la composición del actual Ministerio, fácilmente comprenderéis cuál va a ser su programa.

Consiste éste en legalizar cuanto antes la situación económica, así en la Península como en nuestras provincias y posesiones de Ultramar, con todas aquellas economías y todas aquellas transacciones que, sin perturbar los servicios públicos, sin quebrantar los ingresos ni alarmar el crédito de la Nación, tiendan al decrecimiento continuo y constante del déficit, y al alivio del agobiado contribuyente por el movimiento gradual hacia la igualdad del tributo; administrar bien y rectamente, y terminar cuanto antes todos los compromisos que el partido contrajo en la oposición, y que los Ministros anteriores, que lo representaban, han procurado realizar presentando diferentes proyectos de ley, y dando excepcional preferencia y capital importancia a la pronta discusión del sufragio universal.

He expuesto, Sres. Senadores, tan brevemente como me ha sido posible, y como entiendo que lo exigían las circunstancias, el origen, las causas, el desenvolvimiento y la terminación de la crisis. He trazado en líneas generales, cual conviene en estos momentos (porque no había para qué detallar más un programa de todos conocido, puesto que es el programa del partido liberal), el pensamiento y el propósito del Gobierno; pensamiento y propósito que según he dicho antes, se han de subordinar desde luego y en absoluto a la pronta discusión y aprobación de los presupuestos, que a todos los partidos interesa, y que es necesaria para el libre ejercicio de la Regia prerrogativa, y a la no menos pronta discusión y aprobación del sufragio universal, que ha de coronar la obra del partido liberal, y es además un [1274] compromiso de honor para este Gobierno, y singularmente para mí, que lo considero como un elemento de pacificación para el porvenir.

A todos nos interesa la resolución de estos dos grandes problemas, porque de no resolverse, constituirían dos grandes dificultades para todo partido y para todo Gobierno, y además podrían ser obstáculos insuperables para la marcha regular y ordenada de la gobernación del país.

¡Ojalá que la resolución de estos problemas, que a todos interesa, y en la cual hemos de coincidir muchas veces algunos que, más que por ideas, estamos separados por cuestiones accidentales, sea suficiente para suavizar dificultades, para limar asperezas, para destruir animosidades, para restablecer las buenas relaciones entre todos los liberales, y para establecer también condiciones de benevolencia y de templanza con los demás partidos!

Yo he de hacer todo lo posible para conseguir tales resultados. Si de este manera, ya que de otra no ha sido posible, conseguimos que desaparezcan esas aspereza, ensanchándose los horizontes del partido liberal; si conseguimos con nuestra benevolencia la benevolencia de las fuerzas conservadoras; si con nuestra política liberal, expansiva y tolerante, y con nuestro amor a la justicia y nuestro respeto a la legalidad alcanzamos las simpatías y logramos atraernos la consideración de los demás partidos, entonces señores Senadores, habremos conseguido mucho; habremos facilitado la marcha de los Poderes públicos; habremos hecho fácil la misión de la Corona, y habremos prestado el mejor de los servicios al Trono y al país.

Yo no he de perdonar medio ni sacrificio de ninguna clase, por grande que sea, para obtener este hermoso resultado. Si a pesar de todos mis esfuerzos no lo consiguiera, me quedará siempre la satisfacción de haberlo intentado, no solo para que el partido liberal gobierno tranquilamente y con la benevolencia y las simpatías de las demás fuerzas políticas del país, sino para que cuando haya de abandonar el poder lo deje en paz, y pueda tratar al partido que le suceda con aquella consideración y deferencia que hoy pide a los demás como exigencia de la paz pública, para tranquilidad de las instituciones y en bien del país. (Bien, bien). [1275]



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